Estoy redactando estas líneas en Boston (EEUU), en un país donde el fútbol femenino, y más específicamente LA selección femenina, goza de un gran seguimiento e interés. Para ponerlo en contexto, aquí ya ganaban mundiales cuando España ni siquiera lograba clasificarse para ellos.
Y sí, tranquilidad, haya calma. Comienzo yo mismo aclarando de antemano que veo poco fútbol femenino y salvo los partidos de España y USA, apenas he podido seguir al detalle este Mundial de Australia y Nueva Zelanda. Y sí, no es menos cierto que soy socio de la UD Ourense, un club que en un momento económico delicado decidió suspender temporalmente la estructura femenina, primer equipo y base, para la sostenibilidad del club. Eso sí, con la promesa de recuperarlo en un futuro próximo. Pero como amante del fútbol en un sentido global e inclusivo del término, me parecía que una final mundialista entre España e Inglaterra, bien merecía ser el tema a tratar de la semana, en el que poder explayarme un poco y verter mis pensamientos e ideas.
El auge del fútbol femenino en el Reino Unido ha sido un acontecimiento muy interesante, quizás un modelo escalable a seguir por otros países en términos de crecimiento y promoción. Y empezaré por el futuro.
La leyenda Ian Wright publicaba en su twitter recientemente que hay 100,000 niñas más jugando al fútbol en comparación con hace cinco años. Esto, junto con el éxito de la Eurocopa 2022, en la que las jugadoras demandaron un acceso más fácil al deporte desde la educación, va a traducirse indudablemente en un mayor incremento de estas cifras en venideros años. Ya sólo para este inicio de 2023 la Federación estima que se ha incrementado la inversión en estructuras juveniles femeninas en alrededor de un 15%, en comparación a la temporada pasada.
Además, se han inaugurado 23 campos en honor a las 23 jugadoras que ganaron el título de la Eurocopa, unas instalaciones que buscan acometer las dificultades en el acceso a este deporte que siguen teniendo principalmente en las ciudades del interior de Reino Unido.

Aquí va mi factor de promoción favorito, lo confieso. He leído que en muchas ciudades de España se van a habilitar pantallas en lugares públicos para seguir la final. Pero ojo cuidado, que en Reino Unido se están planteando abrir los Pubs antes de lo que permiten sus licencias, para que la comunidad pueda congregarse a apoyar a la selección con sus cervezas templadas, en el mejor de los casos. Algo que puede hacer el Secretario del Interior, pero que está reservado para acontecimientos excepcionales. Aquí siempre con el bebercio, eso sí, con moderación.
Y por último, promover la ya de por si potente Womens Super League (WSL), en la que por ejemplo para esta próxima temporada los equipos femeninos de Manchester United y Manchester City jugarán derbis y otros partidos importantes en los campos de Old Trafford y el Etihad, ante el éxito de afluencia que tuvieron estos partidos la temporada anterior en la que rozaron los 50.000 asistentes.
Pero volvamos a las nuestras antes de cerrar el capítulo de hoy. Sí, es cierto que hay una herida abierta que ni ha sido cerrada antes de esta cita mundialista, ni tampoco tiene demasiados visos de cerrarse a posteriori. Ya hemos escuchado y leído que muchas de ellas apenas se dirigían la palabra a semanas de la convocatoria, y que desde luego no es la típica piña que se suele buscar cuando se afronta un evento de esta magnitud. Pero es un grupo que ha sabido reponerse a las adversidades y que, desde luego, han demostrado lo que es mantener una actitud profesional de cara a lograr unos objetivos comunes.
Las expectativas han sido más que superadas y ahora, sólo nos queda disfrutar de este último paso. No será fácil, las que están enfrente asustan. Tanto por la dinámica que trae este combinado de eventos anteriores, como por el buen hacer de la seleccionadora Sarina Wiegman-Glotzbach, cuyo nombre está sonando para hacerse con los mandos de la selección masculina sustituyendo a Gareth Southgate.
Así que sí. Por aquellas que están, por las que no, y sobre todo por las que no se les permitió estar, jugar o entrenar. Todas esas niñas para las cuales no había campos, balones, medios o ni tan siquiera clubs en los que poder federarse y competir.
Por una Vero Boquete que pasa de dar patadas en el aparcamiento de San Lázaro a ver rebautizado dicho estadio en su honor. O por una Tere Abelleira (2000), que pase de ser la hija del entrenador Milo Abelleira, y hermana de Tomás. No me cabe duda que a ninguno de lo dos le importaría que ahora fueran el padre y el hermano de Tere, campeona del mundo con España. Otra de tantas jugadoras que desde muy joven se las ve y desea para practicar este deporte, sea en fútbol sala o fútbol 11 llegando a tener que mudarse A Coruña, como tantas niñas en edad de formación en la comunidad gallega para poder perseguir ese sueño, ya que en otras ciudades las posibilidades eran llanamente inexistentes.
Ojalá que los prejuicios no se interpongan en el camino de los y las más peques. Ojalá que este exitazo de alcanzar toda una final mundialista sirva de impulso hacia una sociedad más igual, en la que al menos todos y todas aquellas que quieran practicar este hermoso deporte, dispongan de los medios para ello. Ojalá este otro fútbol.
